- chaval
(Traducido deprisa y corriendo, lo siento. Yo no voy tarde, la vida va demasiado
rápido)
-Las personas somos islas separadas entre nosotras. A veces por una extensión de
un furioso mar, hogar de orcas, otras distanciadas por un tranquilo río que hospeda
cientos de pirañas hambrientas, mientras que otras solo estamos disociadas por un
estanque en el que peces koi nadan despreocupadamente. -le decía Venus a María- En
cualquier caso, como seres humanos tendemos naturalmente a construir puentes para
conectar nuestras islas. Lo que duren dependerá del grado de libertad, respeto y cuidado
en las fundaciones del puente. No importa lo puntiagudos que sean los dientes del
tiburón, o lo destructivo que sea el torpedo del submarino, o lo alto que sea el tsunami,
que, si el puente se ha levantado sobre respeto mutuo y cuidado libres, no caerá. –Venus
sonrió después de su discurso, bloqueó su Iphone y se echó para adelante para besar a su
pareja. Después del muack de sus labios, Venus continuó- Y me alegra que estemos
unidas por nuestro puente especial.
Tosí con exageración.
-¡Oh! ¡Lo siento Pablo! –ambas me miraron al mismo tiempo, dándose la mano y
sonriendo- No sabía que estabas aquí. Espero que no haya-
-No te preocupes Venus. No me ha molestado. Eso sí, podrías haber expresado ideas
propias originales, no tomarlas prestadas de una de las mil súper-especiales cuentas de
Twitter. O, al menos, no haber leído de la pantalla. –la guiñé el ojo, sonriendo-
Sinceramente, ¿cómo podría molestarme que dos personas disfrutaran del amor?
¡Suertudas cabronas! –solté una carcajada bien alta.- Ahora, vamos a movernos, que
quiero sacar el máximo provecho de este precioso día.
Habíamos decidido pasar un día en la montaña de al lado de donde vivíamos. Según
subía detrás de ellas, miré a la polución con forma de champiñón de la ciudad. Parecía
incluso que la ciudad estaba protegida por su propio caparazón de CO 2 . Un sentimiento
de ajenidad te invade, como si estuvieses soñando, cuando, desde la naturaleza y en
silencio, miras a una ciudad que nunca duerme. Podía imaginarme todos los bocinazos
de los taxis acompañados de insultos, el chicle parcheando las aceras y los borrachos
regando las calles con pota.
Me senté junto a un arroyo, dejando que Venus y María se alejaran por su cuenta. No
sorprendió que quisieran aprovechar un cielo sin nubes de un día de Febrero– un regalo
de los dioses. Curiosamente, era el 14. De hecho, conocería a mi peculiar Valentín más
adelante.
Mi Samsung sonó, rompiendo la armoniosa música del bosque. Era mi padre. Puse el
teléfono en mi bolsillo de nuevo, esperando a que la vibración y el tono de llamada
terminaran. Lo que menos me apetecía entonces –y ahora- era escuchar sus quejas sobre
por qué solo usaba monosílabos hablando con él, o quizás sobre no visitar a mis abuelos
(los mismos que se han reído de mí y de mi familia toda mi vida) o quizás sobre por qué
dejé de ir a misa, incluso si habían pasado dos años desde entonces. De todas formas,
me la sudaba. Me centré en mi respiración y cerré los ojos en un intento de calmarme.
Los pájaros trinaban como melodía para que el agua la bailase, abrazando rocas,
ramitas y musgo juguetonamente, todo acompañado del crujido de las agujas de pino
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cubriendo el suelo. El aire puro, limpio y fresco fluía dentro y fuera de mis pulmones,
siendo éstos el filtro de aire acondicionado de un coche. El aire fluía suavemente, tan
suave como el riachuelo se abría paso. Me percaté de un sapo, silenciosamente
camuflado con sus alrededores. Me estaba mirando fijamente con su cara hinchada,
gorda y seria. Los rayos de sol le acariciaban su espalda del color del ámbar. Cruzamos
miradas y le confronté, no como enemigos sino como amantes que pretenden pelearse.
Afortunadamente o no, no nos besamos. Mi Valentín estaba aún por llegar. Aunque
supongo que alguien seguro que perdió al suyo o a la suya, el sapo sin haber sido
besado. Cansado de mí, saltó y nadó corriente abajo, fluyendo con ésta.
Mientras le perdía de vista me invadió un sentimiento de odio por todas las personas
que comparan la sociedad humana con el reino animal. Somos leones, dicen: sin
corazón, vigilantes predadores en constante necesidad de presas que cazar, como en una
apuesta por la supervivencia. No hacemos justicia a estos majestuosos mamíferos: Mira
al agobiante estado de un suelo antes usado para cultivo, pero donde ahora no crece ni la
malahierba más pequeña, amarillenta y retorcida que existe. Pensemos ahora si
tomamos lo que necesitamos – como hacen los leones. Mira nuestros inmensos
cementerios de cemento, dónde irónicamente decoramos nichos con nerteras marchitas
mientras una dice: mamá, tienes que poner te rápido bien, como yo… y la madre está
muerta, encapsulada ahora en un caro féretro de madera sobre-barnizada. Pensemos
ahora si devolvemos nuestro cuerpo al ciclo natural del mundo que cuidó de nosotras
toda nuestra vida – como hacen los leones. Mira las lágrimas deslizándose por la mejilla
de un visón enjaulado (¡puedes incluso escuchar su corazón acelerado!) que observa
como un hombre está despellejando a su antiguo amigo que, junto a unas docenas de
ellos, van a mantener caliente a una rica, extravagante y arrugada aristócrata. Ahora
pensemos si nos ajustamos a nuestra naturaleza – como hacen los leones.
Mi atención se dirigió entonces a un pájaro planeando en descenso. No hizo
absolutamente ningún ruido y, tan suavemente como el aire a mis pulmones y el agua
del arroyo, el ruiseñor aterrizó en una ramita de un pino bebé cercano a mí. Empezó a
cantar, enseñándome su boca del color del mango, que contrastaba con sus alas marrón
clarito. Su garganta se hinchaba antes de cada estallido de música. Sus ojos eran negros.
Muy negros, el tipo de negro que representa la simple Nada. Todo se forma de la Nada,
precede a el Algo. Si pudiese, echaría un vistazo dentro de uno de sus ojos, y sería capaz
de experimentar la totalidad y unidad del Universo. Incluso quizás me caería en punto
muerto al Espacio.
Ahí estaba yo, encantado por las notas musicales y los movimientos del ruiseñor. Me
calmaba como en su día hizo su homónima Florence a muchos soldados ya un tiempo
atrás. 1 Con el mismo planeo elegante y sin esfuerzo a la ramita, extendió sus alas y
empezó otro viaje. Volaba despacio y bajo, sabía que quería que le siguiese. Así que lo
hice. Nada más existía en ese momento aparte del ruiseñor. Bueno, el pájaro no. Ni
siquiera yo. Éramos Uno. Habíamos dejado atrás las barreras de los nombres, números y
notas musicales. El ruiseñor voló sobre un tronco que servía como puente para cruzar el
riachuelo. Incluso si el tronco se tambaleaba, crucé con facilidad, la misma facilidad de
colocar la última pieza de un puzle.
El pájaro y yo éramos parte del mismo movimiento Cósmico que libremente se
desarrolla en sí mismo. Me había caído de cabeza en el ojo del ruiseñor. No había un
1 Ruiseñor=nightingale.
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fuera de o un dentro de. Voló a un pequeño claro en el bosque arroyo arriba, se sentó en
la única piedra que había y cesó el canto. Se dio la vuelta y torció su pequeño cuellecito
mirándome. Entonces, se dejó caer para atrás. Rápidamente salté a la piedra y miré
detrás de ella. Pero el ruiseñor no estaba allí. Tenía seguro que no se había ido volando.
Tenía que estar ahí.
-Pablo- dijo una voz, con el tono más neutral que he escuchado en mi vida, y me
aventuro a decir que nunca escucharé una voz como aquella nunca más. Características
como el tono, la intensidad y el volumen no se podían aplicar a esa voz. No obstante,
era poderosa. Podías sentir esa voz. No como sientes la música de un bafle
increíblemente gigante, sino como cuando escuchas música no con tus oídos sino con tu
corazón.
Me giré para no encontrar a nadie. Miré a mi alrededor. Estaba solo.
-Pablo- dijo la Voz de nuevo. No podía ser una de mis amigas. Porque esa voz
simplemente no era normal. De seguro que era humana, eso sí. Mi confusión, veo ahora,
era la misma confusión que debe sentir un perro cuando, sin éxito, intenta morderse la
cola. Mi nombre resonó dentro de mí. Siguiendo el mismo impulso que tuve cuando
seguí al ruiseñor, respondí:
-¿Ho- la? ¿Quién es?
La Voz se rió. Miré a mi alrededor de nuevo, para no encontrar a nadie. La risa era
fuerte, pero no alta.
-¿No sabes que buscarme es lo que es lo que te llevará aún más a estar confuso y
perdido? No puedes ocultar tu educación cristiana. –la voz se rió de nuevo- Mateo 7,8:
Buscad y hallaréis. Sé que no te está gustando el hecho de que te llame cristiano.
Abandonaste ese camino para tomar otro hace un par de años.
Ahí fue cuando, calmadamente, me senté en la piedra, en el punto exacto donde el
ruiseñor había estado. Sentí fuertes movimientos dentro de mi caja torácica, como si
estuviese conteniendo a millones de mariposas que, como tú y como yo, quieren ser
libres.
-No has contestado a mi pregunta.- respondí con absoluta calma. Una serenidad no
fruto de una calma como tal, sino una serenidad derivada de saber cómo reaccionar
naturalmente a cualquier tipo de situación.
-Lo sé.
-¿Entonces? –respondí rápidamente. Se desarrolló una pausa, mientras las mariposas
me golpeaban las costillas, como un feto hace con el saco amniótico.
-Digamos que soy Dios.
Ahora era mi turno de dejar una pausa.
-¿Por qué estás hablándome a mí?
Dios se rió de nuevo.
-¡No soy yo quien está hablando solo!- riéndose otra vez.
-No sé qué estás intentando comunicarme.
-Háblame de Ainize.
-¿Por qué lo preguntas? Es una buena amiga, muy dulce, alguien con quien puedo
contar al cien por cien.
-Lo sé. Confía en ella, no te defraudará. No como Rebeca.
Rebeca y yo habíamos estado en una relación durante más de un año por entonces.
Antes de que se cumpliera un mes de esta conversación, la dejé. Algunas veces el amor
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solo fluye cuando te separas de tus seres queridos. Dios era consciente de la carga de
sus palabras y esperó una respuesta en silencio.
-Me siento en una posición vulnerable en relación a ti- fueron las únicas palabras que
pude articular.
-No puedes ser inferior a ti mismo- dijo, riéndose entre dientes.
-Sí que la quiero, y ella sabe que es cierto.
-No has entendido lo importante de la cuestión.
-¿Qué me estoy perdiendo?
-¿Te quiere a ti?- algo me pinchó el costado. Bajé la cabeza lentamente. Dios
continuó- Tomaré la pausa como respuesta. Quiero decir, no hay nada que yo no sepa- y
de nuevo se rió por lo bajo.
-Parece que te lo estás pasando verdaderamente bien. –respondí, con mi cabeza aún
gacha.
-Las cosas aquí arriba pueden, a veces, volverse muy aburridas, sabes.
-Ya veo. ¿Y tú qué?
-¿Yo? ¿Tú me estás preguntando a mí?
-Sí, te estoy preguntando a ti.
-Platón dijo que el pensamiento es la conversación con uno mismo.– Dios dijo- ahora
háblame sobre tu familia. ¿No te tomas a veces a Freud literalmente y quieres matar a tu
padre? Háblame de ti. Sobre ti y las cosas que están pasando dentro de ti.
-Para. –y según abrí la boca sentí mis piernas debilitándose. Empecé a temblar.
-Eres tú quien está siguiendo con esto.
-¡No! ¡Cállate! –me levanté y subí la mirada de nuevo. Sentí la adrenalina en mis
venas.- ahora es mi turno de hacer preguntas.
-Adelante.
-¿Encontraré al amor verdadero?
-¿Qué consideras que es el amor verdadero?
-No estoy seguro, por eso estoy preguntando.
-Entonces estoy seguro de que lo harás en su debido momento. Ahora, quedan dos
preguntas.
Pensé, entonces hay algo como el amor verdadero. El tipo de Amor que escribes con
mayúscula.
-¿Qué eres, un genio o algo así?
-Una.
-Ay Dios-
-¡Chaval, ese soy yo!
-Vale, vale, vale. Una pregunta más. –paré a reflexionar. Sus respuestas eran tan
rápidas como bofetadas. Bofetadas de realidad. –De todas formas, ¿merece la pena,
entonces, luchar no por una mera supervivencia sino por una vida humana?
-Depende completamente de ti. Revelarte el sentido de la vida es explicar la gracia
antes de contar el chiste.
-¿Estás comparando la vida con un chiste?
Dios soltó carcajadas de nuevo.
-Así es, sí.
-Pero… -y las palabras no me salían por la boca. Se rió de nuevo, y gradualmente su
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risa se convirtió en un eco. -¿Te estás marchando? ¿Te estás marchando? ¡No, por
favor, ahora no!
-No me estoy marchando Pablo… solo disfrazándome, escondiéndome, volviéndome
invisible… Hay una última cosa que tú deberías saber…- su Voz se estaba apagando.
-¿El qué? ¡Dime! ¿Qué es? –grité.
-No lo intentes.
El ruiseñor apareció entonces, torció su cuello, me enseñó su negro ojo, y se echó a
volar.
Pablo (18)