18 jun. Nuestra media naranja está dentro de nosotras

  • chaval

(Traducido deprisa y corriendo, lo siento. Yo no voy tarde, la vida va demasiado

rápido)

-Las personas somos islas separadas entre nosotras. A veces por una extensión de

un furioso mar, hogar de orcas, otras distanciadas por un tranquilo río que hospeda

cientos de pirañas hambrientas, mientras que otras solo estamos disociadas por un

estanque en el que peces koi nadan despreocupadamente. -le decía Venus a María- En

cualquier caso, como seres humanos tendemos naturalmente a construir puentes para

conectar nuestras islas. Lo que duren dependerá del grado de libertad, respeto y cuidado

en las fundaciones del puente. No importa lo puntiagudos que sean los dientes del

tiburón, o lo destructivo que sea el torpedo del submarino, o lo alto que sea el tsunami,

que, si el puente se ha levantado sobre respeto mutuo y cuidado libres, no caerá. –Venus

sonrió después de su discurso, bloqueó su Iphone y se echó para adelante para besar a su

pareja. Después del muack de sus labios, Venus continuó- Y me alegra que estemos

unidas por nuestro puente especial.

Tosí con exageración.

-¡Oh! ¡Lo siento Pablo! –ambas me miraron al mismo tiempo, dándose la mano y

sonriendo- No sabía que estabas aquí. Espero que no haya-

-No te preocupes Venus. No me ha molestado. Eso sí, podrías haber expresado ideas

propias originales, no tomarlas prestadas de una de las mil súper-especiales cuentas de

Twitter. O, al menos, no haber leído de la pantalla. –la guiñé el ojo, sonriendo-

Sinceramente, ¿cómo podría molestarme que dos personas disfrutaran del amor?

¡Suertudas cabronas! –solté una carcajada bien alta.- Ahora, vamos a movernos, que

quiero sacar el máximo provecho de este precioso día.

Habíamos decidido pasar un día en la montaña de al lado de donde vivíamos. Según

subía detrás de ellas, miré a la polución con forma de champiñón de la ciudad. Parecía

incluso que la ciudad estaba protegida por su propio caparazón de CO 2 . Un sentimiento

de ajenidad te invade, como si estuvieses soñando, cuando, desde la naturaleza y en

silencio, miras a una ciudad que nunca duerme. Podía imaginarme todos los bocinazos

de los taxis acompañados de insultos, el chicle parcheando las aceras y los borrachos

regando las calles con pota.

Me senté junto a un arroyo, dejando que Venus y María se alejaran por su cuenta. No

sorprendió que quisieran aprovechar un cielo sin nubes de un día de Febrero– un regalo

de los dioses. Curiosamente, era el 14. De hecho, conocería a mi peculiar Valentín más

adelante.

Mi Samsung sonó, rompiendo la armoniosa música del bosque. Era mi padre. Puse el

teléfono en mi bolsillo de nuevo, esperando a que la vibración y el tono de llamada

terminaran. Lo que menos me apetecía entonces –y ahora- era escuchar sus quejas sobre

por qué solo usaba monosílabos hablando con él, o quizás sobre no visitar a mis abuelos

(los mismos que se han reído de mí y de mi familia toda mi vida) o quizás sobre por qué

dejé de ir a misa, incluso si habían pasado dos años desde entonces. De todas formas,

me la sudaba. Me centré en mi respiración y cerré los ojos en un intento de calmarme.

Los pájaros trinaban como melodía para que el agua la bailase, abrazando rocas,

ramitas y musgo juguetonamente, todo acompañado del crujido de las agujas de pino

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cubriendo el suelo. El aire puro, limpio y fresco fluía dentro y fuera de mis pulmones,

siendo éstos el filtro de aire acondicionado de un coche. El aire fluía suavemente, tan

suave como el riachuelo se abría paso. Me percaté de un sapo, silenciosamente

camuflado con sus alrededores. Me estaba mirando fijamente con su cara hinchada,

gorda y seria. Los rayos de sol le acariciaban su espalda del color del ámbar. Cruzamos

miradas y le confronté, no como enemigos sino como amantes que pretenden pelearse.

Afortunadamente o no, no nos besamos. Mi Valentín estaba aún por llegar. Aunque

supongo que alguien seguro que perdió al suyo o a la suya, el sapo sin haber sido

besado. Cansado de mí, saltó y nadó corriente abajo, fluyendo con ésta.

Mientras le perdía de vista me invadió un sentimiento de odio por todas las personas

que comparan la sociedad humana con el reino animal. Somos leones, dicen: sin

corazón, vigilantes predadores en constante necesidad de presas que cazar, como en una

apuesta por la supervivencia. No hacemos justicia a estos majestuosos mamíferos: Mira

al agobiante estado de un suelo antes usado para cultivo, pero donde ahora no crece ni la

malahierba más pequeña, amarillenta y retorcida que existe. Pensemos ahora si

tomamos lo que necesitamos – como hacen los leones. Mira nuestros inmensos

cementerios de cemento, dónde irónicamente decoramos nichos con nerteras marchitas

mientras una dice: mamá, tienes que poner te rápido bien, como yo… y la madre está

muerta, encapsulada ahora en un caro féretro de madera sobre-barnizada. Pensemos

ahora si devolvemos nuestro cuerpo al ciclo natural del mundo que cuidó de nosotras

toda nuestra vida – como hacen los leones. Mira las lágrimas deslizándose por la mejilla

de un visón enjaulado (¡puedes incluso escuchar su corazón acelerado!) que observa

como un hombre está despellejando a su antiguo amigo que, junto a unas docenas de

ellos, van a mantener caliente a una rica, extravagante y arrugada aristócrata. Ahora

pensemos si nos ajustamos a nuestra naturaleza – como hacen los leones.

Mi atención se dirigió entonces a un pájaro planeando en descenso. No hizo

absolutamente ningún ruido y, tan suavemente como el aire a mis pulmones y el agua

del arroyo, el ruiseñor aterrizó en una ramita de un pino bebé cercano a mí. Empezó a

cantar, enseñándome su boca del color del mango, que contrastaba con sus alas marrón

clarito. Su garganta se hinchaba antes de cada estallido de música. Sus ojos eran negros.

Muy negros, el tipo de negro que representa la simple Nada. Todo se forma de la Nada,

precede a el Algo. Si pudiese, echaría un vistazo dentro de uno de sus ojos, y sería capaz

de experimentar la totalidad y unidad del Universo. Incluso quizás me caería en punto

muerto al Espacio.

Ahí estaba yo, encantado por las notas musicales y los movimientos del ruiseñor. Me

calmaba como en su día hizo su homónima Florence a muchos soldados ya un tiempo

atrás. 1 Con el mismo planeo elegante y sin esfuerzo a la ramita, extendió sus alas y

empezó otro viaje. Volaba despacio y bajo, sabía que quería que le siguiese. Así que lo

hice. Nada más existía en ese momento aparte del ruiseñor. Bueno, el pájaro no. Ni

siquiera yo. Éramos Uno. Habíamos dejado atrás las barreras de los nombres, números y

notas musicales. El ruiseñor voló sobre un tronco que servía como puente para cruzar el

riachuelo. Incluso si el tronco se tambaleaba, crucé con facilidad, la misma facilidad de

colocar la última pieza de un puzle.

El pájaro y yo éramos parte del mismo movimiento Cósmico que libremente se

desarrolla en sí mismo. Me había caído de cabeza en el ojo del ruiseñor. No había un

1 Ruiseñor=nightingale.

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fuera de o un dentro de. Voló a un pequeño claro en el bosque arroyo arriba, se sentó en

la única piedra que había y cesó el canto. Se dio la vuelta y torció su pequeño cuellecito

mirándome. Entonces, se dejó caer para atrás. Rápidamente salté a la piedra y miré

detrás de ella. Pero el ruiseñor no estaba allí. Tenía seguro que no se había ido volando.

Tenía que estar ahí.

-Pablo- dijo una voz, con el tono más neutral que he escuchado en mi vida, y me

aventuro a decir que nunca escucharé una voz como aquella nunca más. Características

como el tono, la intensidad y el volumen no se podían aplicar a esa voz. No obstante,

era poderosa. Podías sentir esa voz. No como sientes la música de un bafle

increíblemente gigante, sino como cuando escuchas música no con tus oídos sino con tu

corazón.

Me giré para no encontrar a nadie. Miré a mi alrededor. Estaba solo.

-Pablo- dijo la Voz de nuevo. No podía ser una de mis amigas. Porque esa voz

simplemente no era normal. De seguro que era humana, eso sí. Mi confusión, veo ahora,

era la misma confusión que debe sentir un perro cuando, sin éxito, intenta morderse la

cola. Mi nombre resonó dentro de mí. Siguiendo el mismo impulso que tuve cuando

seguí al ruiseñor, respondí:

-¿Ho- la? ¿Quién es?

La Voz se rió. Miré a mi alrededor de nuevo, para no encontrar a nadie. La risa era

fuerte, pero no alta.

-¿No sabes que buscarme es lo que es lo que te llevará aún más a estar confuso y

perdido? No puedes ocultar tu educación cristiana. –la voz se rió de nuevo- Mateo 7,8:

Buscad y hallaréis. Sé que no te está gustando el hecho de que te llame cristiano.

Abandonaste ese camino para tomar otro hace un par de años.

Ahí fue cuando, calmadamente, me senté en la piedra, en el punto exacto donde el

ruiseñor había estado. Sentí fuertes movimientos dentro de mi caja torácica, como si

estuviese conteniendo a millones de mariposas que, como tú y como yo, quieren ser

libres.

-No has contestado a mi pregunta.- respondí con absoluta calma. Una serenidad no

fruto de una calma como tal, sino una serenidad derivada de saber cómo reaccionar

naturalmente a cualquier tipo de situación.

-Lo sé.

-¿Entonces? –respondí rápidamente. Se desarrolló una pausa, mientras las mariposas

me golpeaban las costillas, como un feto hace con el saco amniótico.

-Digamos que soy Dios.

Ahora era mi turno de dejar una pausa.

-¿Por qué estás hablándome a mí?

Dios se rió de nuevo.

-¡No soy yo quien está hablando solo!- riéndose otra vez.

-No sé qué estás intentando comunicarme.

-Háblame de Ainize.

-¿Por qué lo preguntas? Es una buena amiga, muy dulce, alguien con quien puedo

contar al cien por cien.

-Lo sé. Confía en ella, no te defraudará. No como Rebeca.

Rebeca y yo habíamos estado en una relación durante más de un año por entonces.

Antes de que se cumpliera un mes de esta conversación, la dejé. Algunas veces el amor

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solo fluye cuando te separas de tus seres queridos. Dios era consciente de la carga de

sus palabras y esperó una respuesta en silencio.

-Me siento en una posición vulnerable en relación a ti- fueron las únicas palabras que

pude articular.

-No puedes ser inferior a ti mismo- dijo, riéndose entre dientes.

-Sí que la quiero, y ella sabe que es cierto.

-No has entendido lo importante de la cuestión.

-¿Qué me estoy perdiendo?

-¿Te quiere a ti?- algo me pinchó el costado. Bajé la cabeza lentamente. Dios

continuó- Tomaré la pausa como respuesta. Quiero decir, no hay nada que yo no sepa- y

de nuevo se rió por lo bajo.

-Parece que te lo estás pasando verdaderamente bien. –respondí, con mi cabeza aún

gacha.

-Las cosas aquí arriba pueden, a veces, volverse muy aburridas, sabes.

-Ya veo. ¿Y tú qué?

-¿Yo? ¿Tú me estás preguntando a mí?

-Sí, te estoy preguntando a ti.

-Platón dijo que el pensamiento es la conversación con uno mismo.– Dios dijo- ahora

háblame sobre tu familia. ¿No te tomas a veces a Freud literalmente y quieres matar a tu

padre? Háblame de ti. Sobre ti y las cosas que están pasando dentro de ti.

-Para. –y según abrí la boca sentí mis piernas debilitándose. Empecé a temblar.

-Eres tú quien está siguiendo con esto.

-¡No! ¡Cállate! –me levanté y subí la mirada de nuevo. Sentí la adrenalina en mis

venas.- ahora es mi turno de hacer preguntas.

-Adelante.

-¿Encontraré al amor verdadero?

-¿Qué consideras que es el amor verdadero?

-No estoy seguro, por eso estoy preguntando.

-Entonces estoy seguro de que lo harás en su debido momento. Ahora, quedan dos

preguntas.

Pensé, entonces hay algo como el amor verdadero. El tipo de Amor que escribes con

mayúscula.

-¿Qué eres, un genio o algo así?

-Una.

-Ay Dios-

-¡Chaval, ese soy yo!

-Vale, vale, vale. Una pregunta más. –paré a reflexionar. Sus respuestas eran tan

rápidas como bofetadas. Bofetadas de realidad. –De todas formas, ¿merece la pena,

entonces, luchar no por una mera supervivencia sino por una vida humana?

-Depende completamente de ti. Revelarte el sentido de la vida es explicar la gracia

antes de contar el chiste.

-¿Estás comparando la vida con un chiste?

Dios soltó carcajadas de nuevo.

-Así es, sí.

-Pero… -y las palabras no me salían por la boca. Se rió de nuevo, y gradualmente su

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risa se convirtió en un eco. -¿Te estás marchando? ¿Te estás marchando? ¡No, por

favor, ahora no!

-No me estoy marchando Pablo… solo disfrazándome, escondiéndome, volviéndome

invisible… Hay una última cosa que tú deberías saber…- su Voz se estaba apagando.

-¿El qué? ¡Dime! ¿Qué es? –grité.

-No lo intentes.

El ruiseñor apareció entonces, torció su cuello, me enseñó su negro ojo, y se echó a

volar.

Pablo (18)

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